Pesares
A veces pasa uno tanto tiempo intentando ser otro, que se olvida de quien es en realidad.
Hoy en día, nos vemos rodeados de tantas presiones, de tantos deseos y sueños, que aspiramos, sin más, a conseguirlos, sin importar el precio, sin darnos cuenta, de nuestra posición real, de nuestras capacidades, y lo que es peor, perdiendo nuestra propia identidad.
Nunca llegaremos a la meta, si antes no conocemos y estudiamos nuestras limitaciones.
Podemos conseguir muchas cosas, pero sabiendo quienes somos y aprendiendo como lograrlo.
Es lo que nos rodea, y sobre todo, las personas que nos rodean, las que muchas veces interfieren en la consecución de nuestros propósitos, independientemente del sentido que tengan. Trabajo, aficiones, amigos, gustos personales, desarrollo de la personalidad, penden a veces de un fino hilo, en las manos de incompetentes, que arruinan a la persona en su aspecto más amplio. Y no hablemos de las profesiones y, más, si son liberales: eso es una carrera de obstáculos, donde llegar el primero depende en muchas ocasiones, de lo dispuesto que estés a pisotear y apartar de tu camino a tus contrincantes. O te atreves, o te quedas.
No obstante, después de mas de 40 años continuados de trabajo, y sabiendo que los tiempos que corren, ni se asemejan un poco a los ─y no me voy muy lejos─ de hace 10 años, nunca he utilizado estos métodos, aunque he tenido oportunidad, y nunca me ha preocupado, que quien los ha utilizado me apartara de su camino, pues siempre he creído ─y el tiempo me ha dado la razón─, que esos métodos a no muy largo plazo, pasan una factura que no se puede pagar.
A mí, la constancia, siempre me ha deparado lo mejor; los mejores amigos, compañeros de trabajo y logros profesionales, han sido fruto de esa decidida virtud. Pero para ser constante, uno debe de ser al mismo tiempo, en cualquier momento y ante cualquier dificultad, repito, debe ser uno mismo sin titubeo alguno, porque de esta forma ─según se dice─, no lo harás mal.
Pero como hay situaciones e historias para todo, tampoco se cumple lo anterior ─en menor porcentaje afortunadamente─, y si no, que se lo pregunten a los biógrafos de Charles Chaplin ─porque a él...─.
Pasó a principio del siglo pasado, cuando Chaplin ya había popularizado la figura de «Charlot», y tenía imitadores hasta debajo de una farola. En muchas localidades, se celebraban concursos de imitadores y, en uno de ellos convocado en San Francisco donde se encontraba de paso, decidió inscribirse con nombre falso, para demostrar que su personaje, era inimitable. No solo no llegó a la final, sino que no superó la primera ronda, quedando el último de su serie.
Esto a veces pasa, pero como digo anteriormente, la constancia es un valor de férrea constitución, que sin duda, a Chaplin le sirvió para crear y mantener a uno de los íconos más importantes del arte de la era moderna.
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