El actor de Águilas (Murcia)
Francisco Rabal Valera, nació el 8 de marzo de 1926 en la Cuesta de Gos, una pequeña pedanía de Águilas (Murcia), segundo de tres hijos de un minero y una molinera, Francisco, asistió a la escuela de su pueblo y a los cuatro años escribía y leía correctamente.
En 1932, cuando contaba con seis años de edad, la familia Rabal se traslada a Barcelona y posteriormente fija su residencia en Madrid, ciudad en la que trabajó en varios oficios, desde vendedor ambulante, hasta empleado en una fábrica de chocolate y asistía a las clases nocturnas de los Jesuitas, donde montaba cuadros teatrales. Por aquella época se inauguraron los Estudios Cinematográficos Chamartín donde fue admitido como aprendiz de electricista. Allí encontró sus primeras oportunidades como figurante y actor de reparto en dos películas de Rafael Gil: «La pródiga» y «Reina Santa» (1946), y en otras tantas de José López Rubio: «El crimen de Pepe Conde» (1946) y «Alhucemas» (1947), a las que seguiría ya, un papel principal en «María Antonia «La Caramba» (1950), de Arturo Ruiz-Castillo.
Con su esposa Asunción Balaguer
En los Teatros Infanta Isabel y María Guerrero, conoció a José Tamayo, quien le contrató como actor profesional de la Compañía Lope de Vega, con la que debuta en 1947. En la compañía estaba Asunción Balaguer, con la que contrajo matrimonio en 1951, una excepcional actriz que fue capaz de abandonar su brillante carrera para dedicarle la vida entera a Rabal, con el que tuvo dos hijos, Teresa y Benito. Más tarde Luis Escobar, director del María Guerrero, le contrató como protagonista de «La Honradez de la Cerradura». Interpretó también «Luna de Sangre», de Rovira Beleta, y regresó a la Compañía Lope de Vega para estrenar en Madrid «La Muerte de un Viajante», de Arthur Miller.
Alterna los trabajos cinematográficos con los escenarios hasta que, en 1953, fue contratado en exclusiva por Vicente Escrivá, para películas de corte religioso o político como «La guerra de Dios» (1953), «El beso de Judas» (1954) o «Murió hace quince años» (1954), dirigidas todas por Rafael Gil. De ahí en adelante trabajó a las órdenes de José Luis Sáenz de Heredia: «Historias de la radio» (1955) o José María Forqué: «Amanecer en Puerta Oscura» (1957) a la vez que dio sus primeros pasos en el cine extranjero en «Marisa la civetta» (1957) de Mauro Bolognini, o «Prisionero del mar» (1957) de Gillo Pontecorvo, Rabal y Buñuel.
A finales de los cincuenta se encuentra con Luis Buñuel en «Nazarín» (1958). Su interpretación logró que la colaboración con el maestro aragonés se prolongara luego en «Viridiana» (1961) y en «Belle de Jour» (1966). Michelangelo Antonioni en «El eclipse» (1961), Leopoldo Torre Nilsson en «La mano en la trampa» (1961), Jacques Rivette en «La religiosa» (1966) o Luchino Visconti, con el que trabajo en el episodio «La strega bruciata viva» (1966) fueron otros de los directores que requirieron sus servicios.
La siguiente década la inició con las obras polémicas y desiguales de Glauber Rocha: «Cabezas cortadas» (1970) o Silvano Agosti: «N. P. il segreto» (1972). Realizó documentales sobre Machado, Alberti y Dámaso Alonso. La época de «La Colmena» (1982) y, sobre todo, «Los santos inocentes» (1984), ambas de Mario Camus, y por la segunda de las cuales obtuvo, conjuntamente con Alfredo Landa, el Premio a la Mejor Interpretación Masculina en el Festival de Cannes, fue gloriosa.
Los personajes con personalidad se convirtieron en marca de la casa. Dio vida al intelectual Rocabruno de «Epílogo» (1983), de Gonzalo Suárez, y al pícaro Ginés de «Truhanes» (1983), de Miguel Hermoso. De esta época son también sus excelentes trabajos en «Padre nuestro» (1985), de Francisco Regueiro; «Tiempo de silencio» (1986), de Vicente Aranda; «El disputado voto del señor Cayo» (1986), de Antonio Giménez-Rico; «¡Atame!» (1989), de Pedro Almodóvar; o «El hombre que perdió su sombra» (1991), de Alain Tanner.
A raíz de sus creaciones en diversas series de televisión, en especial «Juncal» (1988) y «Una gloria nacional» (1992), su popularidad desbordaba. A pesar de su avanzada edad, Rabal siguió trabajando en el cine: «Así en el cielo como en la tierra» (1995), de José Luis Cuerda; «El palomo cojo» (1995), de Jaime de Armiñán; «Airbag» (1997) de Juanma Bajo Ulloa; «Pajarico» (1997), de Carlos Saura; «Pequeños milagros» (1997), de Eliseo Subiela; «El evangelio de las maravillas» (1998), de Arturo Ripstein; «Goya en Burdeos» (1999), de Carlos Saura, por la que consiguió el Premio Goya a la Mejor Interpretación Masculina; «Lázaro de Tormes» (2001), de José Luis García Sánchez; o «Divertimento» (2000), de José García Hernández.
Entre la larga serie de premios recibidos, figura el Premio Nacional de Cinematografía (1984). En 1992 se le otorga la Medalla de Oro de Bellas Artes y, al año siguiente, la Medalla de Oro de la Academia de Cine, y en 2000 le concedieron la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo. En 1995 la Universidad de Murcia le hizo Doctor Honoris Causa. También fue nombrado Hijo Predilecto de Águilas, y de la Región de Murcia. Paco Rabal donó todos los premios recogidos a lo largo de su trayectoria profesional a su tierra, y están expuestos en la casa de Cultura de Águilas que lleva su nombre.
Rabal, que según sus propias palabras llevaba 55 años escribiendo "sus cosillas", publicó en 1994 el libro «Mis versos y mi copla» y más tarde, con la colaboración del escritor Agustín Cerezales, su biografía «Si yo te contara».
El padre de la cantante Teresa Rabal y del director Benito Rabal, y abuelo del también actor Liberto Rabal, ofreció en varias ciudades españolas, junto a su mujer Asunción Balaguer, el recital poético «Queridos poetas...», en el que recordó a muchos de los grandes escritores en español y en catalán del siglo pasado para recaudar fondos para la Casa del Actor.
El actor falleció el miércoles 29 de agosto de 2001, a los 75 años de edad, víctima de un enfisema pulmonar cuando viajaba en avión de regreso a Madrid, acompañado por su esposa, procedente de Montreal, donde recibió un homenaje en el marco de la XXV edición del Festival de Films du Monde de Montreal; en el mes de septiembre, el Festival de Cine Internacional de San Sebastián, en su 49 edición, tenía previsto entregarle el Premio Donostia en reconocimiento a toda su carrera.
Su capilla ardiente se instaló en la Casa de la Cultura Paco Rabal de Águilas y permaneció abierta durante toda la noche. Hasta ella se acercaron numerosos ciudadanos para firmar en los libros de condolencias y dar su último adiós al actor. Bajo un almendro situado junto a la ermita de la Cuesta del Gos, en Águilas, el lugar que le vio nacer, recibieron sepultura las cenizas del actor en una emotiva ceremonia presidida por su viuda, Asunción Balaguer, y sus dos hijos, Teresa y Benito. Al sepelio asistieron miles de personas entre vecinos, amigos, autoridades locales y autonómicas así como un nutrido grupo de compañeros de cine y teatro de Francisco Rabal. Un año después de su muerte, y con el patrocinio del marqués de Águilas, Alfonso Escámez, el escultor Santiago de Santiago lo modeló en bronce descansando plácidamente y con la mirada perdida en el horizonte. Dicha escultura se encuentra en la Cuesta de Gos, donde en un principio reposaron sus cenizas, que fueron trasladadas posteriormente al cementerio de Águilas.
Este último párrafo, que yo he completado y al que le he añadido todos los enlaces, fue publicado en: http://www.todoaguilas.com/pacorabal.htm, en la fecha en la que redacté este artículo. En la actualización, efectuada en julio de 2017, parece que esta página ha desaparecido o cambiado de dirección, lo cual expreso para general conocimiento.
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