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Charles Baudelaire. Las joyas. Las flores del mal. 1857. Cine y Literatura 1

  • Foto del escritor: francisco javier costa lópez
    francisco javier costa lópez
  • 2 nov 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 4 abr 2024


La belleza de los Poetas Malditos










En 1857, Charles Baudelaire (1821 - 1867), escribió su obra cumbre a la que tituló «Las flores del mal». Un largo poemario que bien puede ser considerado un solo poema, de corte clásico y tendencia romántica, que se abona a una descarnada búsqueda de la belleza, en ambientes poco propicios, entre los cuales vivió largos años: los placeres sexuales y las drogas, dominaron su cotidiano discurrir. No obstante, su influencia en el «simbolismo» francés, fue determinante. Fue influenciado a su vez por el poeta norteamericano Edgar Allan Poe (1809 - 1849), del que tradujo bastantes de sus obras.


En el año 2017, el director de origen israelí, nacionalizado francés Yvan Attal (1965), dirige la película «Le brio (Una razón brillante)», en la que se menciona el poema «Las joyas», correspondiente a la parte del libro titulada «Spleen e Ideal», donde puede apreciarse el particular modo narrativo de este poeta marginado.

Con respecto a la película, en la que también se narra un tema marginal (la integración social de los migrantes), queda bien expuesta y bien resuelta, por lo que es totalmente recomendable.



Portada del libro Las Flores del Mal de Charles Baudelaire
Libro existente en mi biblioteca

LAS JOYAS


Charles Baudelaire


Mi muy querida estaba desnuda, y , conociendo mi corazón

no se había quedado más que con sus joyas sonoras,

cuyo rico atavío le daba el aire triunfante

que tienen en sus días felices las esclavas de los Moros .


Cuando lanza al bailar su ruido vivo y burlón,

ese mundo radiante de metal y de piedra,

me arrebata en éxtasis, y yo amo con furor

las cosas donde el sonido se mezcla con la luz.


Estaba, pues, acostada, y se dejaba amar,

y desde lo alto del diván sonreía de gozo

a mi amor profundo y dulce como el mar,

que hacia ella subía como por un acantilado.


Con los ojos en mí, como un tigre domado,

ensayaba posturas de un aire vago y soñador,

y el candor unido a la lubricidad

daba un encanto nuevo a sus metamorfosis;


y sus brazos y sus piernas, sus muslos y sus caderas,

bruñidos cual aceite, ondulosos como un cisne,

pasaban ante mis ojos clarividentes y serenos;

y su vientre y sus senos, esos racimos de mi viña,

avanzaban más zalameros que los Ángeles del mal,

para turbar el descanso en que mi alma estaba sumida,

y para distraerla de la roca de cristal

donde, tranquila y solitaria, se hallaba sentada.


Creía ver unidas por un nuevo designio

las caderas de Antíope (1) y el busto de un imberbe,

tanto su talle hacía resaltar su pelvis.

¡Sobre su tez leonada, el colorete era soberbio!


─ Y la vela que estaba resignada a morir,

como sólo el hogar iluminaba la habitación,

cada vez que lanzaba un llameante suspiro,

¡inundaba de sangre esa piel color de ámbar!




(1) Mitológica hija de Nicteo, rey de Beocia, cuya extraordinaria belleza atrajo al mismísimo Zeus. (N. del T.)





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