A Refrescarse Toca...
Como es costumbre cuando la señora naturaleza, en su aspecto climático, nos hace cambiar los hábitos con que nos vestimos y, tenemos que abandonar de un día para otro la ropa de abrigo por otra más fresca, siempre surge en los encuentros de familiares o amigos, los consabidos comentarios sobre las inclemencias a las que la meteorología nos somete.
Parece que la llegada del buen tiempo, nos recompensará de los sinsabores de heladas y fríos polares que nos hacían tiritar allá por enero y febrero. Pero he aquí, que sin terminar la primavera, el ardoroso sol, nos tiempla con unos candentes 40-42 grados, que hacen que nuestros corrillos sean un hervidero, nunca mejor dicho, de lo sofocante de estas temperatura y, ¡sin haber llegado el verano! ¿Cómo vamos a aguantar esto? ¡Me va a dar un golpe de calor! ¡No hay quién salga a la calle!
Vivimos un mundo donde la tecnología se ha puesto al servicio del hombre: calefacción, aire acondicionado, bebidas que según la época pueden ser frías o calientes, espacios públicos acondicionados en temperatura y grado de humedad, pero ¿qué pasaba hace relativamente poco? ¿Cómo se soportaban estos rigores? Los pocos que disponían de ventiladores o neveras, eran unos privilegiados. Los más, se contentaban con el típico abanico y el botijo de barro que hace el agua fresca, y eso sí, fruta mucha fruta, de las cuales las sandías y melones eran las preferidas por sus cualidades saludables y rico aporte hídrico.
Pero difícilmente se puede hacer una comparativa de ambas épocas por sus significativas diferencias, aunque cada una, tiene sus atractivos y sus desagradables circunstancias, por lo que sería francamente complicado ponerse de acuerdo en una valoración que justifique las excelencias de cada una.
Mas siempre hay una solución intermedia, que en eso consiste la buena práctica: me quedo con los melones y sandías, con aquella agua botijera y con el aire acondicionado, y de vez en cuando, un buen abanico que no necesita ni pilas ni facturas explotadoras de electricidad.
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